Bronca. Impotencia. Desánimo. Y muchas otras sensaciones se acumulan en las almas y en los corazones de los y las puntaltenses que amamos este territorio bajo la Cruz del Sur cuando pasamos por la esquina de Avellaneda y Pellegrini, adonde comienza el otrora bello boulevard.

El Monumento a las Provincias -el único erigido en el sur bonaerense- es acaso el ingrediente más sobresaliente de nuestra identidad rosaleña que siempre está redefiniéndose. En tiempos pasados supo ser el epicentro de las más diversas manifestaciones artístico-culturales, desde actos oficiales hasta festivales.

Este monumento que debería ser emblemático no sólo por lo que representa sino también por su estética asociada a uno de los lugares más bellos de la ciudad, ha caído en el abandono, el descontrol y la falta de mantenimiento de las administraciones gubernamentales y, sobremanera, en la desidia y hasta mala intención de mucha gente dispuesta a usar el lugar sin prestar atención al respeto que se merece.

Plantas secas por falta de riego; placas, astas de banderas, baldosas rotas; conexiones y cableado destruido; basura de todo tipo (heces de animales y humanas, restos de comida, etc.) a lo que se suman las contaminaciones odoríferas y auditivas, especialmente las producidas por los escapes de los ciclomotores y de las nunca controladas “picadas”, con lo que además aumenta el riesgo de accidentes. Los más afectados son los vecinos del lugar, por supuesto, quienes conviven en este calvario.

Párrafo aparte se merece el trabajo de un grupo de bienintencionados, liderados por Jorge Luis Castro -sanjuanino quien ha hecho de Punta Alta su patria chica- los cuales han dedicado horas robadas al descanso y (me consta) han pagado de su propio bolsillo trabajos de reparación y embellecimiento. No pueo imaginarme la desazón que los debe embargar.

Es de esperar que las actuales autoridades tomen cartas en el asunto. Pero, se insiste y para no recargar las tintas, que los y las puntaltenses en general asumamos la responsabilidad de cuidar este monumento que es de todos y todas. Y también que aprendamos a disfrutarlo.

Por el Lic. Sergio Soler