El desprecio del Presidente no apunta sólo a los ex combatientes, a quienes perdieron la vida y a sus familiares, sino que atenta contra el ejercicio soberano de nuestro país sobre todo el territorio argentino y afecta a la ciudadanía en su conjunto sin distinción de banderías políticas.

Desde su manifiesta admiración por Margaret Thatcher -quien ordenó hundir al ARA General Belgrano provocando la muerte de cientos de soldados argentinos-, Milei abrió la puerta con su discurso al principio de la autodeterminación de los pueblos: principio de aplicación inadmisible en la cuestión Malvinas porque la población argentina fue expulsada por la fuerza por los invasores ingleses en 1833. Ningún gobierno anterior expresó divergencias respecto de este punto. Milei crea un antecedente que puede acarrear graves consecuencias para el reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas en las negociaciones bilaterales. 

El grito “¡Viva la libertad, carajo!”, innecesario, soez y partidario políticamente, no debió haber sido expresado, y mucho menos, antes del correspondiente “¡Viva La Patria!” que toda la argentinidad esperaba.

Por ello, y por la territorialidad usurpada, por el sentimiento mancillado, por la negación de los derechos enseñados desde la escuela misma, por el desdén hacia quienes ofrecieron su vida en defensa de los intereses de La Patria y de sus habitantes (a muchos veteranos ni siquiera los dejaron participar del acto en su honor), los dichos del presidente Milei resultan un oprobio, son inconstitucionales e imperdonables para la ciudadanía argentina.  Merece el dictamen de un Juicio Político por Traición a la Patria.

Por el Lic. Sergio Soler. Escritor. Traductor. Docente universitario.